miércoles, 25 de noviembre de 2020

Relatos de Backpacker

Para leer la primera parte de esta historia debes ir aquí.

....

Comienzo a revisar las sábanas. Hay unos bichitos negros caminando por el tejido rojo que cubre la cama. 

FUCK! BED BUGS! grito.

Miro al chico de la esquina y le pregunto si en su cama también hay. Me dice que él no le hace caso a los bichos y que para eso tiene su bolsa de dormir. 

Lo veo tan tranquilo que siento vergüenza de mi grito. Nunca antes me había pasado esto. Así que me digo a mi misma que si él lo hace, yo también puedo. ¿O no? 

Abro mi sleeping bag y me meto de nuevo a la cama. Mi voz interior me grita que no lo haga, que es un error, pero yo no le hago caso. Y estoy tan cansada que me quedo dormida rapidísimo. 
Una hora después me despierto. Los bichitos se metieron por dentro de mi sleeping y me están mordiendo.

Me paro de la cama y enciendo mi luz, cuando por la puerta entra una chica (ella sí se ha ido de fiesta). 
- Oh! Disculpa si te he despertado.
- ¡Que va! No has sido tú. La verdad es que hay bed bugs en mi cama. Revisa en la tuya antes de acostarte. 

¡BINGO! En la de ella también hay bichitos negros caminando.

El chico de la esquina duerme plácidamente. 

Pienso cambiarme de cama, cuando entra otra chica a recoger sus cosas de la habitación porque en su cama también hay. ¡La habitación entera está infectada!

Recojo todas mis cosas y las saco de allí.

La chica que estaba de fiesta hace lo mismo que yo. Son las 2 de madrugada y ahí estamos nosotras, afuera de la habitación en un hostal en Krabi, Tailandia, revisando y limpiando todas nuestras cosas.

Mi mochila está bien, pero mi bolsa de dormir está llena de bichitos. 
No quiero tirarla. La compré especialmente para este viaje. ¿Qué hago ahora? 

Me subo a la azotea del hostal, y con la paciencia de un monje me dispongo a quitarle todos los bichitos que encuentro. Me siento como quitándole garrapatas a un perro. 

Termino, dejo la bolsa colgada en la azotea y bajo a la recepción. Un chico que se está quedando dormido y da un salto. 

- Yes?
- Oye, hay bed bugs en mi habitación. Allí no puedo dormir.

El chico me mira con cara de pocker.  Intenta decirme algo, pero no habla casi inglés. Él no me entiende ni yo a él. 

Insisto y entonces decide buscar ayuda. 

Un chica con cara de dormida sale a mi encuentro.  

- Hola! Le he dicho a tu compañero que hay bed bugs en mi habitación. Allí no se puede dormir.
- Lo siento pero no tenemos más camas disponibles para darte.
- ¿Y entonces qué hago?
- Lo siento. No puedo ayudarte.  

Ya tengo suficiente tiempo en Tailandia como para saber que no me van a resolver esta situación. Además soy backpacker, en este país nos odian. 

Quiero llorar de impotencia. Esto me pasa por dormir en sitios baratos. Pero en este momento estoy tan cansada que lo que necesito es resolver dónde dormir. Miro en Booking, pero es tan tarde que no hay nada disponible para esa misma noche. 

Recuerdo al hombre del kiosko que me vendió el ticket de viaje y que tengo su número. Abro el WhatsApp:

- ¡Hola! Soy Vanessa. Te compré un billete esta tarde para Koh Lanta. Tengo un viaje contigo a las 12, pero necesito cambiarlo para el más temprano que tengas. En mi hostal hay bed bugs y no puedo dormir aquí. Necesito irme cuánto antes. 

Que le den a Krabi, pienso.

Enseguida me responde:

- ¡Hola! Ok, te cambio para el de las 7. Te buscamos a las 6:30. 

(Sí, así de informales son los tailandeses. Para todo)

Aún me quedan varias horas hasta que amanezca. Quiero llorar de lo cansada que estoy. Doy vueltas por el hostal. En la segunda planta hay un sofá y una chica sentada hablando por teléfono. Me siento a su lado a mirar mi móvil. 

Son casi las 4am. No quiero mirar mi móvil, quiero dormir.

La chica le cuenta a su interc¡locutor cómo ha ido su día, su viaje y no se qué tanto más. Termina de hablar y me mira. Hace amago de querer hablar conmigo, pero ahora yo me he convertido en el chico de la esquina de la habitación. Así que se rinde y se va a su habitación.
 
A mí ya no me importa nada. Ni la luz, ni que es un pasillo, ni que hay gente que pasa a cada rato. Me acuesto en el sofá y cierro los ojos.

A las 5 me despierto de nuevo.
Recojo mi bolsa de dormir que había dejado en la azotea, la meto en una bolsa de plástico que a su vez meto en otra bolsa. No creo que la vuelva a sacar en lo que me queda de viaje, pero aquí no la voy a dejar, me digo.

Decido ducharme. Así hago tiempo y me espabilo. Me desnudo frente al espejo y entonces las veo: ronchas por todas partes. Piernas, brazos, cuello. Ronchas rojas.

¡Estos bichos me han comida entera!

Me visto, recojo mis cosas y bajo de nuevo a la recepción. Hay una chica diferente a la que me atendió en la madrugada.

- Hola! Anoche no pude dormir porque mi habitación estaba infectada de bed bugs y no había otra cama disponible para mí. 
- En nuestro hotel no tenemos eso.
- ¿Entonces qué es esto? - y le muestro mis preciosas ronchas - Están rojos. Esto fue anoche. Hay bed bugs en este hostal 

La chica no sabe dónde meter la cara. Me pide disculpas y me ofrece un reembolso de la habitación. 

- Gracias. La verdad es que es lo menos que pueden hacer.

Entonces, una van se estaciona frente al hostal. Un hombre flaco y bajito sale de puesto de copiloto.

- Vanessa? 

Me subo a la van. Mi mochila y una bolsa plástica con un saco de dormir adentro quedan debajo del asiento. Pongo la cabeza en la ventana y por las siguientes 2 horas, muero. Solo espero no llevar los bed bugs conmigo.

---

Escribo esta historia y puedo sentir los bichitos caminando por mi cuerpo. Me costó meses superar la sensación y el miedo de que estuviesen en todas las camas en las que dormí durante los dos meses y medios que le quedeban a mi viaje. 

Sin duda, una anécdota para contar, aunque no es de mis favoritas. 
Pero bueno, así son los viajes reales, lleno de sorpresas... Como la vida misma. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario