martes, 26 de diciembre de 2017

Seguir la flecha --> 2018

"Lo más auténtico de la vida es lo que uno hace
habiendo sido probado, habiendo entrando en crisis
y habiendo salido de ella. Es la vida real."

Seis meses han pasado desde que regresé de completar el tramo de El Camino que fue mi camino, y hasta hace dos semanas tenía mucho más de seis meses sin publicar algo por aquí. Siempre pensé que al volver de Santiago de Compostela tendría muchas ganas de escribir y compartir mi experiencia, pero me di cuenta de que por mucho que intentase plasmarla, la experiencia solo se puede vivir por sí mismo. Así que había preferido guardármela para mí. 

Sin embargo, el 2017 se acerca a su final; y cada vez que un año termina me pongo muy pensativa y analítica. Comienzo a evaluar todo, pongo sobre la mesa los planes y proyectos no terminados, y me planteo muchos por qué. Es un momento que en realidad puede ser muy frustrante. Sobre todo cuando el saldo, en lugar de ser positivo, te arroja número rojos.

El hecho es que me he puesto a reflexionar sobre mi año, y por mucho que me guste ponerle nombre a las cosas (como a mis cumpleaños), no podría definir mi 2017 con una sola palabra. Fue un buen año, no me voy a quejar, pero muy intenso y bastante movido. La primera mitad del año no fue fácil y sin darme cuenta (y sin que fuese adrede), yo me lo hice aún más difícil. Me puse una cantidad absurda de metas por cumplir antes de 2018 que me tenían muy presionada.

Siempre digo que dentro de mí vive una Vanessa ingeniera frustrada, que disfruta haciendo tablas y cuadros de Excel. Y como no trabajo con ello, quizá, tiendo a controlar de esta forma mi vida. Metiendo mis planes en celdas y columnas, y calculando mis logros con fórmulas pre establecidas. El problema es que la vida no funciona así. Les parecerá un poco loco (y sí, lo es) pero durante 5 meses llevé una agenda de las cosas nuevas que hacía o conocía semanalmente, lo que comía, cuántas veces a la semana entrenaba... y además me exigía cumplir con metas fijadas. Sí, lo se, me sobreexigí (vamos, que era una friki loca).

Lo peor es que cada día que pasaba sentía que tenía tanto por hacer y no hacía, que me entró una ansiedad muy fuerte. Además, había temas que no dependían de mí y no terminaban de cerrarse, me tenían preocupada y aumentaban mi ansiedad: la residencia, el dinero no me alcanzaba, me sentía sola... Hasta que en un momento, mucho antes de tocar fondo, mis amigas llegaron al rescate con una intervención a 3 bandas y me hicieron darme cuenta de que tenía que relajarme, bajarle dos a mis intensidades y bajarme dos a mí. 

Darte cuenta de que eres humana y que es normal no poder hacer todo lo que quieres es difícil y doloroso, pero también es parte del proceso.

Fue entonces cuando llegó El Camino. Aunque era algo que me planteé cumplir cuando tenía 17 años, no fue hasta enero de este este año que me lo fijé como meta, lo escribí en el espejo para verlo todos los días, y me prometí cumplirlo con un deadline establecido (para algo positivo tenía que servir toda esa auto presión y precisión).

Dicen que El Camino llega cuando tiene que llegar y que te da lo que necesitas. No voy a hablar aquí sobre lo que viví durante esos días. Es algo que aún no estoy preparada para compartir con todos (y la verdad no se si algún día lo esté),  pero el simple hecho de retarte a tí mismo a caminar entre 20 y 30 kilómetros al día por el simple hecho de hacerlo, por decisión propia y por demostrarte que puedes, te cambia de una manera que no es posible explicar. 


Las personas que te encuentras, las historias increíbles que escuchas, y el conocer las razones que tiene cada quien para estar allí, no solo te ayudan a poner las cosas en perspectiva y entender que tus problemas no son tan grandes como piensas; sino además, que tu vida podría ser aún más fascinante de lo que ya es. Y te hacen querer ir por más.

No pretendo que mi camino suene a fantasía o a viaje revelación, pero es increíble lo mucho que puede cambiar una persona en tan poco tiempo. Puede que no todos lo perciban, pero yo a veces me veo en el espejo, o cómo reacciono ante ciertas cosas, y no me reconozco. Es cierto que el cambio es lo único certero en la vida, lo único permanente. No soy ni pretendo ser la misma que hace un año atrás (menos mal), pero siento que cambiado tanto en los últimos meses que a veces me asusta un poco.

Si me preguntan en qué sentido cambié, no podría explicarlo. Es algo que simplemente se. La vida se ve diferente, hay cosas que han perdido importancia y otras que han ganado valor. No podría enumerar los aprendizajes ni definirlos porque no lo se. Son cosas que me doy cuenta cada día, cuando llegan, cuando ocurren. 

A mí, que me gusta escribir y expresar mis emociones con letras, me cuesta encontrar palabras para explicar cómo me siento, y aunque mi esencia es la misma, soy otra. Lo más importante es que creo que he llegado al punto de no retorno. Volver a ser la de antes ya no es una opción. Ni tampoco lo quiero. 

Yo digo que fue el camino el que le dio un giro a mi vida, pero en realidad ha sido la suma de todo. El Camino lo que hizo fue hacerme consciente de ello y acelerar el proceso. Cómo escuche en Footprints (un documental que vi sobre El Camino), "la experiencia de que se puede caminar encima de las ampollas, de que no hay que esperar que el sufrimiento desaparezca para poder dar el siguiente paso, es toda una lección". 

2017 será, sin duda, un año para recordar por muchas razones; y El Camino tiene un papel protagónico en este capítulo de mi vida. ¿Metas para 2018? Muchísimas. Pero, sobre todo, recordar siempre que está bien si a veces no tenemos el foco tan claro, y que es normal sentirse un poco abrumado o perdido de vez en cuando. Que hay que ser como el bambú, fuerte pero flexible. Y que si alguna vez sientes que te desvías del camino, no pasa nada; regresa un poco atrás y busca la flecha, ella te mostrará el camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario