domingo, 13 de septiembre de 2015

Todo cambia...

Caso #1. 

Todo comenzó una tarde de septiembre cuando ante una burla simpática colectiva, me sorprendí a mi misma diciéndole a mis compañeros de trabajo: "¡Ay, como sois!"

Salió sola, de la forma más espontánea posible. Desde el fondo del corazón. Sonó hasta bonita la condenada (o al menos en mi cabeza). Y entonces entendí que ya estaba perdida. Estaba haciendo lo que solía criticar.

A ver, intentaré explicarme.

Hasta hace unos años, siempre me burlaba de la gente que cuando se iba de su país cambiaba de palabras y acento. Esa gente que adoptaba en poco tiempo expresiones ajenas y las hacía propias. Esas personas que buscaban mimetizarse con su entorno y, pensaba, se olvidaban de sus raíces lingüísticas.

Y ahora heme aquí, conjugando sin mucha reflexión la segunda persona del plural en el castellano más castizo posible.

Reconozco que desde que comencé a trabajar ha habido ocasiones en las que he tenido que buscar como se conjugan algunos verbos (The perks of being a latin journalist in Spain). Ese "vosotros" es tan ajeno para nosotros como la ropa de invierno en pleno carnaval. Pero la verdad es que la mayoría de las veces no le hago caso y ando bien campante hablando con el "ustedes" sin ningún tipo de cautela ni control.

El tema es que de tanto leer y escuchar a todos a mi alrededor hablar así, se me han terminado pegando algunas cosas. Después de año y medio sería anormal que no pasara (o quizá es algo que me digo para justificarme ante mi misma).

Hay otras cosas que me ha tocado aprender por mi propio bien. Aprender que al cambur se le dice plátano, por ejemplo, y que el plátano que nosotros conocemos es el plátano macho. Que se dice beber y no tomar, coger y no agarrar, ligar y no 'echar los perros'. Que es mejor decir 'apetecer' porque 'provocar' tiene una connotación sexual. Que las 'gomitas' (sí, como las Jacks) aquí son 'gominolas' porque una gomita es en verdad un condón. Por lo que nunca más puedo volver a decir que "cuando tomo me provocan las gomitas" porque me van a ver con ojos de mujer de mala vida...Y macho, que luego la que termino liando.

(Y si no entendieron el ejemplo mejor vuelvan a leerlo). 

Caso #2.

Estoy conversando con mi mamá sobre qué pasaje debería comprar para ir a Venezuela en febrero de 2016 (que la boda de mi hermana no me la pierdo ni porque a Maduro se le ocurra cerrar la frontera mundial -toco madera-).

Después de buscar, comparar horarios, tiempo de espera y precios, está claro que la mejor opción es uno de Iberia que hace vuelo directo Madrid-Caracas. Minutos pensando y entonces mediante Facetime me tocó confesarme: 

- Mami, yo se que es estúpido, pero me da miedo llegar a Caracas.

Inmediatamente: flashback a ese momento hace 5 años donde me escucho a mi misma diciendo: "María si será pendeja. 2 años fuera en Venezuela y ahora y que tiene miedo de venir. ¡Por favor! Como si no hubiese vivido aquí toda su vida".

Sí, básicamente el dicho de "No digas de esta agua no beberé" se ha cumplido a la perfección conmigo.

Y entonces, pum: *insight.
Como arte de magia lo comprendí. Quieras o no, cuando te vas, todo cambia. 
(*Insight: capacidad de “darse cuenta”. Tomar conciencia en forma súbita de una realidad interior, que normalmente había permanecido inconsciente)

De repente te ves a ti mismo haciendo lo que dijiste que nunca harías y lo que hasta en un momento criticaste. Lo que juzgaste y calificaste de tonto se convierte ahora en tu realidad. Comienzas a ver todo con ojos diferentes y solo quienes han tomado tu misma decisión y están en tu misma situación pueden entenderte. 


Solo año medio fuera de Venezuela y ya soy como María, a quién se le olvidó lo que es bajarse del carro corriendo para entrar a casa cuando regresas de una fiesta, sentir que tu corazón se paraliza cuando un motorizado te pasa por al lado, que no se puede caminar de noche por la calle -mucho menos sacar dinero del cajero-, y que debes pedirle a tus amigos que te avisen cuando lleguen a casa después de la fiesta para saber que no hay que llamar a la policía. 

Quizá a mi no se me ha olvidado que en Venezuela no vivimos sino que hacemos lo que podemos para sobrevivir cada día; pero si se me olvidó lo que es acostumbrarse a vivir así. Es como cuando tienes el oído tapado y te acostumbras a escuchar así. En el momento en el que se destapa y comienzas a escuchar bien de nuevo, sin oír el incómodo eco de tu voz en tu cabeza, no puedes entender cómo lo hacías antes y no quieres que vuelva a suceder. Yo me desacostumbre a escuchar mal, y la mera posibilidad de que se me vuelva a tapar el oído me pone mal. 

Yo me desacostumbre a sobrevivir porque vivir me gusta mucho más.

Y no me siento mal porque se me haya olvidado cómo se sobrevive; me siento mal porque haya pasado un tiempo en el que me tuve que acostumbrar a vivir de esa manera para poder ser feliz. Me siento mal por tener amigos y familiares que deban fingir demencia y vivir así porque no pueden hacer otra cosa. Me siento mal por sentir miedo de volver al país que amo y en el que me gustaría vivir hasta que me de incontinencia y se me caigan los dientes.

Me da miedo pisar Caracas. Me da miedo llegar a Maiquetía. Y aunque en el fondo yo se bien que no me va a pasar nada (porque soy venezolana y se hacer las cosas para que no me pase nada), leo, escucho las noticias, lo pienso una y otra vez y siempre me da miedo. Y no hay nada más libre, humano y honesto que el miedo. 

Quizá nunca pueda diferenciar el sonido de la Z del de la C y mucho menos logre pronunciarlas. Pero así como mis nuevos compis de trabajo entienden que siempre diré que me llamo "Vanessa Serpa, pero Serpa con Z", les pido que no me juzguen cuando diga coche en lugar de carro, o cuando les confiese que estoy asustada (y sí, también emocionada) de volver a Venezuela.

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