martes, 30 de diciembre de 2014

Antes de que se termine el año: antología 2014

Dedicado a todos los seres de luz que conocí este año,
a los que ya se fueron, se van, o se quedan en Madrid.

Nueve meses han pasado desde aquel día en el que desembarcamos en el aeropuerto internacional de Barajas con una maleta llena de sueños, planes, expectativas, y un montón de miedos e inseguridades. Nueve meses desde ese día en el que nos juntamos todos por primera vez en el patio del EAE para bailar y hacer el ridículo en esa outdoor experience. Nueve meses desde el primer café que le compramos a Rebeca, desde ese profesor al que no le entendíamos ni la mitad de lo que decía por causa de trampas lingüísticas -¿cómo es que hablamos el mismo idioma y aún así no nos entendemos?-. Nueve meses de la primera rumba en Callejón de Serrano. 

Miro atrás y me sorprendo de lo rápido que puede transcurrir el tiempo. ¿Cuándo pasaron tantos meses que ni siquiera me di cuenta? ¡Dios, ya tengo un máster! Y además un piso alquilado, una cafetera fucsia, una batidora y hasta compré una TV.

De repente he comenzado a experimentar un millón de emociones totalmente distintas entre ellas. Aquí estoy hoy, sentada frente a la computadora y escribiendo desde el estómago. Porque como dije hace algún tiempo, me siento una hormona con patas. Estoy feliz, triste, risueña, melancólica, entusiasmada y miedosa, con tan poco tiempo de diferencia, que comienzo a sentirme como Carrie Mathison en Homeland.

De la noche a la mañana mi muro de Facebook dejó de mostrar fotos de la rumba y las salidas del fin de semana; ahora lo que veo son publicaciones de fiestas de despedidas/bienvenidas y muchos mensajes de adiós. Las decenas de grupos de Whatsapp se van vaciando y los recurrentes "para dónde vamos hoy" son sustituidos por unos melancólicos "espero nos volvamos a ver".

Y de pronto lo entiendo. Nueve meses no es tanto tiempo. Parece mucho, pero la verdad es que más que aportarnos vivencias, este período ha sido de preparación para poder enfrentar lo que viene (no es casualidad que el período de gestación de una vida nueva sean también 9 meses). Evalúo esta temporada y me digo que no tengo absolutamente nada qué lamentar de los últimos nueve meses; por el contrario, muchísimo qué agradecer. Durante este tiempo crecí personal y profesionalmente, y me siento lista para enfrentar lo que venga desde todo punto de vista. 

Aprendí a decir hola y adiós tan seguido, que el "aprovechar cada día como si fuese el último" significa para mi mucho más que una frase sacada de un libro de autoayuda. Carpe diem se ha convertido en mi premisa de vida. Conocí gente mágica e hice amigos maravillosos que estoy segura serán para toda la vida a pesar de la distancia y la diferencia horaria. Nueve meses de los que agradezco cada día vivido; porque hasta los despechos, enfermedades, resacas, tristezas, depresiones (que no fueron muchas) y hasta los kilos que me he echado encima me han ayudado a hacerme más fuerte y a aprender a aceptarme cómo soy. Nueve meses en los que he dado unos cuantos pasos más por ese camino que me lleva hacia la persona que quiero y espero ser. Y si de algo debo arrepentirme en este tiempo, es de todo aquello que dejé de hacer o conocer por miedo a lo que pudiese pasar después. Porque la única verdad es que hoy estamos; mañana no sabemos.

Y después de nueve meses el tiempo de decir adiós llegó de nuevo. Mientras unos preparan sus maletas para regresar a casa, de vuelta a su rutina, a su vida tal y como la dejaron, la mayoría de los venezolanos nos la jugamos para ver cómo nos quedamos o para dónde nos vamos (porque aunque tenemos un montón de diferencias, historias y razones, la meta es la misma: no regresar). ¿Y saben algo? irse puede ser difícil, pero ver como todos se van es peor. Sobre todo cuando todos vuelven a lo suyo y tú permaneces anclado en esta incertidumbre continúa; en esa expectativa esperanzadora a veces sin sentido.

Esta vez me ha tocado estar del otro lado; ser la que se queda y despide a todos. Y no me gusta. Han sido días fuertes. Confieso que tengo el corazón fracturado en mil pedazos que he repartido por distintas partes del mundo (menos mal que él está tan acostumbrado que siempre se sana solito). 

En medio de ese montón de adioses llegó la Navidad. Lejos de casa y de la rumba familiar. A pesar de eso no siento tristeza. Siento añoranza. Me hubiese encantado poder pasarla junto a los de siempre, dar los abrazos respectivos y comerme mi arepa con pernil a las 6am. Pero he aprendido a valorar lo que me deja cada experiencia y cada prueba que me toca vivir; y este año aunque ha sido diferente y algo rara, agradezco a Dios por la navidad que me ha brindado. 

Ya casi comienza el 2015, y con él, millones de esperanzas, planes y nuevos proyectos. Yo aún no se qué me depara el próximo año. No se dónde estaré, no se si Madrid seguirá siendo mi hogar o qué planes me tiene preparada la vida; pero de algo estoy segura, mañana cuando comiencen a sonar las 12 campanadas que anuncian la llegada del 2015, dejaré todo lo malo atrás, agradeceré por todo lo bueno que me dejó el 2014, por cada sonrisa, cada aventura, cada nueva mano amiga que estreché, cada hombro en el que lloré, y pediré por todos los deseos que tengo y los sueños que aún no he cumplido. Porque un nuevo año siempre es una nueva oportunidad para alcanzarlos.

¡A POR ESTE 2015!

1 comentario:

  1. Te quiero, Vane. Aquí, en Barquisimeto, en Madrid o donde estés. Aquí tienes hombro y conversa, siempre.

    Abrazo grande.
    MaR.-

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