jueves, 23 de marzo de 2017

Todos somos extranjeros

A un día del ataque terrorista en Londres.
A un año del ataque en Bruselas.
A 13 años del 11M en España.

A todos los días de Gaza, Siria y Venezuela. 

Mercedes logra salir de casa 10 minutos. Sebas ha comido y está dormido. No molestará a la abuela hasta dentro de 3 horas. 

Mercedes se calza un jean, sudadera gruesa y botas peludas. Introduce un billlete de 5 euros en el bolsillo, y se encamina hasta el supermercado Día que está 3 bloques más arriba de su edificio. No lleva cartera, solo lo necesario para pagar la lata de guisantes que le hace falta para el almuerzo.

Entra con paso firme a la tienda pues ya sabe lo que va a comprar, y entonces una voz acusadora la para en seco:

- Tú no entras aquí. No nos harás lo mismo que ayer.
Mercedes se paraliza. No entiende de qué le habla la cajera del supermercado. Acto seguido siente como uno de los chicos que acomoda los alimentos en los estantes la toma del brazo y la lleva fuera del establecimiento.

Mercedes reacciona:
- Disculpa, pero no entiendo de qué me hablas.

La cajera insiste: 
- No vas a entrar para volver a robar. Ayer te llevaste una lata de sardinas.

En sus 30 años de vida, Mercedes no ha robado ni una horquilla para el pelo. No entiende lo que pasa. Discute con la cajera y con el chico que la ha cogido del brazo. Trata de explicarles que la han confundido con otra persona, pero la cajera continúa reclamándole sin dejarla hablar. Se dice a si misma que está muy cansada para seguir discutiendo y decide salir del supermercado sin más.

Mercedes llega a casa y se echa a llorar. No sabe si de arrechera, frustración o tristeza, o quizá son todas las emociones juntas, mezcladas con el ego herido y el cóctel de hormonas al 100% que lleva dentro. 

Mercedes aún no sabe a ciencia cierta qué fue lo que pasó pero lo presume, y se dice a si misma que es porque es latina y tiene la piel morena.

Ese día, en casa de Mercedes el arroz con pollo se sirvió sin guisantes.
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En esta época en la que todos dudamos del que tenemos al lado; en la que juzgamos y condenamos a cualquiera que luce distinto a nosotros. En un momento en el que estamos tan paranoicos que pensamos que cualquier cosa puede pasar a nuestro alrededor; que la construcción de muros está de moda, y que el odio y los extremos ganan terreno. Justo ahora, detente un momento, respira, y piensa que al otro lado de nuestros prejuicios hay un ser humano que siente y que sufre por estar etiquetado y haber sido encasillado.

No todos los latinos somos ladrones o deshonestos. No todos los musulmanes son terroristas. Un velo, apellido, religión o color de piel no definen a la persona que tienes al lado. Y antes de responder diciendo que no eres parte de quienes juzgan, pregúntate de qué manera ayudas a cambiar la situación, o por el contrario contribuyes a que estos prejuicios se mantengan.

Casi nadie abandona su lugar de nacimiento, donde tiene una vida hecha, donde están sus afectos, sus apegos, su costumbre y sus formas por gusto a la aventura. Casi nadie se va a otro país a pasar trabajo con el fin de moldear el carácter y hacer crecer el espíritu. La mayoría de las personas que lo hacen tienen detrás una historia que los ha llevado a tomar esa decisión, y la mayoría de las veces no somos consientes de eso. 

Antes de que lances la primera piedra recuerda que hoy estamos aquí, pero mañana no sabemos. Y que puede que mañana seamos nosotros los diferentes. Porque al final, en un mundo tan global, todos somos extranjeros. 

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