viernes, 2 de marzo de 2012

Tarek: mi pequeño León

Amo los leones. Siempre los he amado. Es mi animal favorito en el mundo. Sueño con tener una manada en el jardín de la casa que tendré en mi próxima vida (quizá entonces viva en la selva). Y cuando vi el video de los hermanos que se reencuentran con su león en Kenya, luego de años de haberlo dejado en libertad, lloré igual que cuando vi Armagedón. 

Sin embargo, como tener un león en esta vida es un poco complicado, tengo un gato. 

En mi casa siempre hubo gatos (aunque en épocas distintas, no podría contar cuántos gatos vivieron en mi casa), por eso de que "en casa de gato no entra ratón". Y mira que mi mamá no es muy amiga de los animales; pero como aborrece a los roedores, era capaz de soportar los pelos por toda la casa con tal de no ver "caca" de ratoncitos por ninguna parte.

Pero la verdad nunca fui amante de lo gatos -siempre he sido niña de perros-. Aunque en algún álbum hay una foto de cuando yo tenía como 5 años acariciando un gato, creo que se debía más a mi eterno amor por los animales que por propio cariño al felino. Siempre lo vi como un animal que tenía que estar en la casa y no como una mascota.  

Es por esto que nunca pensé que tendría un gato propio.  Mucho menos llamado Tarek. Pero la vida se encargó de unirnos y muy pronto mi percepción de estos felinos cambió por completo.


Nuestro encuentro fue fortuito, y gracias a mi jefe, que le dio dinero a un indigente a cambio del gato, Tarek llegó a mi vida. Al principio fue una simple "obra de caridad" rescatar (luego de una  rueda de prensa frente al MIJ, de ahí el nombre del animal) a ese gatito de la calle y de su sucio dueño que probablemente se lo quería comer; hasta que por fin entendí que él me había elegido para ser su nueva dueña y que no se iría de mi casa. Era mi nuevo hijo.

Mi vida es distinta desde que Tarek está en ella. Ya no duermo bien ni hasta tarde, porque como se fastidia de tanto estar solo, siempre se sube a mi cama a "jugar"; mi ropa -y casi cualquier cosa de mi cuarto- está siempre llena de pelos blancos; tengo arañazos y cicatrices en brazos, piernas y hasta la barriga; y una buena parte de mi sueldo se ha ido en comida, veterinario y cosas para el gato. 

Pero llegar a la casa y que Tarek comience a maullar de alegría, o que me busque para que lo acaricie y mime, o cuando se acurruca a mi lado en la cama, valen esas cosas y más. Total, a los hijos hay que quererlos a pesar de todo. No?


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