No creo que nuestro paso por esta vida sea meramente circunstancial.
No creo en coincidencias ni casualidades.
Soy una romántica que apuesta por las segundas, terceras y hasta cuartas oportunidades. Al final, todos tenemos derecho a arrepentirnos y equivocarnos (o al revés).
Pero lo cierto es que, al igual que en El Camino, a lo largo de la vida nos encontraremos (muchísimas) personas que nos acompañarán y contribuirán a que nuestro camino sea lo que tiene que ser. Pero que no por ello tendrán que quedarse -para siempre- a nuestro lado. Hay con quiénes caminaremos toda una etapa, o simplemente unos cuantos kilómetros, para después despedirnos, desearnos buen camino y continuar.
Puede que incluso nos los volvamos a encontrar más adelante, al final de una etapa, o al final del todo. Y entonces reiremos, recordaremos y crearemos nuevas memorias. O puede que quizá más nunca los volvamos a ver. Pero lo que vivimos juntos, sin duda, nos ayudará a continuar.
Hay quienes simplemente pasarán a nuestro lado, sin siquiera pararse a mirar, y otros que nos dedicarán, por unos segundos, una sonrisa. Quizá.
Y hay quienes nos acompañar durante todo el viaje y se quedarán a nuestro lado hasta el final. Serán nuestro bastón cuando no podamos caminar, nos traerán hielo cuando los tobillos quemen, nos auparán a continuar cuando sintamos que no podemos más y celebraremos juntos cuando lleguemos al final.
No importa el papel que juegue la gente en nuestro camino o el que nosotros juguemos en el de otros; lo importante es entender que nadie está obligado a quedarse a nuestro lado. No estamos por estar. Acompañar a otro es una decisión, y las relaciones no son contratos sin fecha de caducidad. Nadie nos pertenece. El camino es corto y largo a la vez, y aunque no siempre puedes elegir a quién te encuentras en él, sí con quién decides caminar a la par.
Porque al final, y aunque suene cliché, lo que importa es el camino, no llegar.
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